8.28.2008

¡Mexicali pinché calorón!





Por Luchador Maziso, alias Miguel Tamayo.


Ese día, aquel pues, me desperté sudando. Días… ¿días? ¡Años! habían pasado desde la última vez en que eso, aquello, sucedió. Uno piensa que conforme uno va creciendo las cosas se vuelven mejores, fáciles, divertidas o útiles. Pero no. Siempre pasa lo contrario. Tenía 15 años 3 meses 9 días cuando en aquel 12 de Junio de 1994 decidí que esto del calor era lo peor que podía pasarme.
Como decía, llevaba tres lustros lustrosamente iluminados por el calor cuando supe que la cosa andaba mal. Ese día me desperté temprano y no porque tenía que ir a la secundaria. La Moisés Sáenz Garza, por cierto. Rápido me metí a bañar y me quedé el tiempo suficiente para pensar que el calor se había ido. Salí. Me sequé. ¡Que tontería! A los 3 minutos ya estaba mojado otra vez por el sudor. Pinche calor, dije. Perdonen la expresión, pero es que el calor te cambia. No sabía por qué estaba sudando. Bueno, sí sabía. Pero se suponía que la cosa no debía de funcionar así: tenía un culer. Reaccioné rápido. Miré. Escuché. Y sentí que el culer estaba apagado. El muy digno decidió apagarse en pleno verano. En pleno calorón y en pleno Mexicali. Lo miré fijamente a los ojos y le mente la madre. No había terminado de decir “¡… madre!” cuando mi madre me sorprendió con un tremendo vaso de licuado de plátano con un bonchesote de hielo. Ni me duró. Le regresé el vaso rojo comprado en la Kress y me dijo ya es tarde. Terminé de alistarme y me alisté para salir listo al calor de aquella calle.
Eran las 5:50 de la mañana y ya hacía calor. Caminé las tres reglamentarias cuadras para llegar a la parada del camión. Se tardó lo común. Llegó lleno, como es común. A empujones me subí y me tocó agarrarme el tubo del techo. La cosa se comenzó a complicar más. El camionero hambriento por vender más pasaje, subía y subía gente. Recórranse para atrás dijo el inconsciente. Di medio paso. Volvió a gritar y comenzaron los empujones y los aplastamientos. Hasta ese momento yo había pesando que no se podía poner peor. Que equivocado estaba. Las pieles de las personas se comenzaron a tocar. Y no de manera sexy. Los engominados peinados se comenzaron a deshacer mientras las carnes se tocaban y se pegosteaban toditas. Busqué alguna queja entre el pasaje y nada. La gente no podía hacer más. Cinco minutos después me bajé de ese camión para subirme a otro.
En el otro camión fue lo mismo. Ni pa’ que les cuento. Me fue peor.
Me bajé justo en la esquina de la secundaria. La prefecta, que nunca me aprendí su nombre, estaba en la puerta. Estaba revisando que todos llegáramos fajados, bien peinados y de buen humor… ¡con ese pinche calorón!
Hoy vivo en Ensenada, donde no pasa nada. Envidia de mexicalenses. Hoy, por estos días, la gente esta vuelta loca con el tema del calentamiento global. Pobres ilusos. Ese mentado calentamiento se ha vivido en Mexicali desde antes de que yo naciera y nadie la hacía de emoción. ¿O no?

No hay comentarios.: